Actividad 2:
Protagonistas del medievo
¡Escógeme! Un recorrido por la literatura medieval española
¿Quieres conocer algunos de los personajes literarios más sobresalientes del medioevo español?
Observa las imágenes, lee la descripción que preparamos sobre ellos e infórmate. Estos parlamentos son los mismos que cada personaje dice en el vídeo que vimos en clase, solo que por el tamaño del Vídeo, no se dejó subir.
Amadís de Gaula
¿Sabeís vos quien soy yo? Amadís de Gaula, caballero leal y
protagonista del más famoso de los libros de caballería. Fruto
del amor secreto del rey Perión y la infanta Elisa de Bretaña,
cuando nací fui abandonado en una barca. Criado por nobles
y luego nombrado caballero por aquel que era mi padre, para
el cual me enfrenté contra las tropas del rey Abies y como
siempre, salí victorioso.
Después de este triunfo mis padres me reconocieron y seguí
enfrentándome a ejércitos. Un mago me hechizó…
Como veis, soy héroe de grandes aventuras, con las que se
obsesionó el mismísimo señor don Quijote de la mancha.
Pero mis hazañas y victorias tuvieron siempre una única
inspiración: mi señora, Oriana, la princesa, a quien soy y seré
fiel por los siglos de los siglos.
Soy Amadís de Gaula y sé que tomarais en consideración el
entregarme vuestra confianza.
El Conde Lucanor
Soy el Conde Lucanor y no he venido aquí sin escuchar a Patronio,
mi amigo y consejero.
Él tiene una historia y una moraleja para cada uno de mis
cuestionamientos sobre cualquier aspecto de la vida, y con aprecio
y paciencia, me las ha contado.
“Lo que sucedió a un hombre al que tenían que limpiarle el
hígado”.
“Lo que sucedió a un ciego que llevaba a otro”.
“Lo que sucedió a un mancebo que casó con una muchacha muy
rebelde”.
“Lo que sucedió a Saladino con la mujer de un vasallo suyo”.
Como veis son temas necesarios en la vida de cualquier caballero.
Así que votad por mí y a cambio os ofrezco todos esos sabios y
provechosos consejos de Patronio porque, escuchad bien este
verso: “Con la ayuda de Dios y con buen consejo, sale el hombre
de angustias y cumple su deseo”.
Conde Lucanor, a mucho honor.
El Mio Cid
Oíd los caballeros, por amor del creador
Yo soy Ruy Díaz el Cid, de Vivar campeador.
Los más grandiosos cantares de gesta he inspirado
donde se cuenta mi vida, mis queridos vasallos,
contra mí han tramado enemigos malvados
por el rey Alfonso Vl de Castilla fui echado
dejé a mi mujer e hijas en donde el Abad don
Sancho
cinco batallas campales he librado y he ganado
volví triunfante ante el rey y la honra he
recobrado.
Le he ganado a los moros. Ciudades he
conquistado
Y con los hijos del rey a mis hijas he casado:
doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión
¡mas qué cobardes han sido, le temen hasta a un
león!
ante la burla de todos huyeron despavoridos
ah malvados, Dios lo sabe, cobardes y deslucidos. Se vengaron con mis hijas quitándoles el honor
Más ahora son reinas de Navarra y Aragón. Estas fueron las hazañas de Mío Cid Campeador:
Vos debéis votar por mí y honrar al creador.
La Celestina
¿Qué quién soy yo? (Con cara de inocente) Una pobre vieja de la
que las malas lenguas hablan. Pero yo, no soy peor que todas. Vivo
de mi oficio, como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente.
(Con fuerza) Algunos osan en llamarme alcahueta, solo porque
no me gusta ver a ningún caballero o a ninguna doncella,
enflaqueciendo de amor. Pero yo ¿de qué otra cosa he de vivir?
¿Heredé alguna herencia? ¿Tengo casa o viña? No… entonces ¿De
qué como y bebo? ¿De qué visto y calzo?
Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual
Dios me hizo, y por el señor de los sulfúreos fuegos, he de triunfar
sobre todos. Ya sabéis… un voto, o un conjuro eterno.
Arcipreste de Hita
Yo, Arcipestre de Hita, con mi poquilla ciencia y gran rudeza,
comprendiendo cuántos bienes hace perder, al alma y al cuerpo,
el amor loco del pecado del mundo y los muchos males que trae
consigo, escribí el “Libro de buen amor”, escogiendo la salvación y
la gloria del Paraíso para mi alma.
Muchas veces he sido tentado pero he podido defenderme del
pecado (se santigua). En mi libro están escritas algunas artimañas,
maestrías y sutilezas engañosas del loco amor que usan algunos
para pecar.
Dejaos llevar por mis trovas y mis versos, reíd y llorad.
SECUENCIA DIDÁCTICA: MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98
Anexos:
Un fragmento de "Niebla", de Miguel de Unamuno
––“¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no! ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta tarde, que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco muerto, porque no existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo...”
Texto: "Prohibir", de Azorín
En España, el vocablo mandar ha sido siempre sinónimo de prohibir: nuestra política secular puede resumirse en las prohibiciones y en las expulsiones. Hemos expulsado a los moriscos y a los judíos; sabios economistas (como Fernández Navarrete en su Conservación de monarquías 1 , «Discurso VII») han llegado a aconsejar que se lanzase también fuera de España a los gitanos, a los irlandeses y a los extranjeros de toda suerte. No hemos ido tan lejos por esa vía; mas el éxodo forzado de los moriscos no es una empresa despreciable. Algo más, sin embargo, hemos hecho en el capítulo de las prohibiciones. Un español que no prohíba algo, bien en su casa, bien en un Consejo o bien en esferas más altas de la burocracia, no es un español castizo. La tradición está bien clara. ¿Será preciso recordar las numerosas pragmáticas, ordenamientos y leyes que sobre materias suntuarias han promul- gado nuestros reyes? En los siglos pasados, un habitante de España no podía vestir a su talante, ni poseer tales o cuales muebles de su gusto, ni tener tantos o más cuanto criados, ni andar en coche de esta o de la otra forma. En 1623, Felipe IV prohíbe «el uso del oro y plata, en tela y guarnición, dentro y fuera de casa», como también el que los hombres puedan traer «ferreruelos , bohemios , ni balandranes de seda, sino tan solamente de paños o raja ». El mismo monarca, en 1639 —día 13 de abril, es justo consignarlo—, manda también que «ningún hombre pueda traer capote o jau- lillo , ni guedejas con crespo u otro rizo, el cual no pueda pasar de la oreja; y los barberos que hicieran cualquiera de las cosas susodichas, por la primera vez, caigan o incurran en penas de veinte mil maravedís y diez días de cárcel, y por la segunda vez, la dicha pena doblada y cuatro años de destierro».
A ZORÍN «Lo castizo», en Los pueblos.
Un fragmento de "El árbol de la ciencia", de Pío Baroja
— (…) Lo que hace a la sociedad malvada es el egoísmo del hombre, y el egoísmo es algo natural, es una necesidad de la vida. ¿Es que supones que el hombre de hoy es menos egoísta y cruel que el de ayer? Pues te engañas. ¡Si nos dejaran!; el cazador que persigue zorras y conejos cazaría hombres si pudiera. (…) ¿Es que tú crees que el egoísmo va a desaparecer? Desaparecería la Humanidad. ¿Es que supones, como algunos sociólogos ingleses y los anarquistas, que se identificará el amor de uno mismo con el amor de los demás?
—No; yo supongo que hay formas de agrupación social, unas mejores que otras, y que se deben ir dejando las malas y tomando las buenas.
—Esto me parece muy vago. A una colectividad no se la moverá jamás diciéndole: Puede haber una forma social mejor. Es como si a una mujer se le dijera: Si nos unimos, quizá vivamos de una manera soportable. No; a la mujer y a la colectividad hay que prometerles el paraíso; (…) En todas partes y en todas épocas los conductores de hombres son prometedores de paraísos.
—Sí, quizá; pero alguna vez tenemos que dejar de ser niños; alguna vez tenemos que mirar a nuestro alrededor con serenidad. ¡Cuántos terrores no nos ha quitado de encima el análisis! Ya no hay monstruos en el seno de la noche, ya nadie nos acecha. Con nuestras fuerzas vamos siendo dueños del mundo.
(Pío Baroja, El árbol de la ciencia).
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